Le BEATITUDINI FONDAMENTALE RIFERIMENTO della CULTURA dell’OCCIDENTE. “La Storia dell’Occidente e dell’Europa si presta a molte letture”. Ecco quella della prospettiva della Comunicazione Sociale, volta a contribuire ad identificare l’identità occidentale.
LAS BIENAVENTURANZAS EN LA CONFIGURACIÓN DE OCCIDENTE .
Un proceso de integración de valores visto desde la Historia de la Comunicación
©Jesús Timoteo Álvarez, Ingrid Schulze. Septiembre 2018.
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Pubblichiamo la seconda parte del saggio breve di Jesús Timoteo Álvarez e Ingrid Schulze, per proseguire nei prossimi giorni con la terza e ultima parte. La prima parte è stata pubblicata domenica 2 settembre 2018.
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Resumen/Abstract
La Historia de Occidente y de Europa tiene muchas lecturas. Desde una perspectiva poco o nada utilizada, la de la Comunicación Social, queremos identificar la identidad occidental, los factores que la han hecho propia y diferente de otras, su espíritu corporativo, los principios que consolidan su propia existencia y que han sido transmitidos generación a generación. Tomamos como referencia de esa acumulación de factores elementales un paquete de valores primigenios recogidos en uno de los textos sagrados fundacionales de nuestro modo de ser, el Sermón de la Montaña.
En ese cuadro metodológico encontramos hasta cuatro estratos o estadios que se han ido sumando y ajustando en una evolución que arranca de lo sagrado, evoluciona a lo laico y culmina en el uso comercial. El primer estrato lo definimos como “Virtudes Heroicas” y acumula los principios proféticos de constitución de la sociedad primigenia como son la misericordia o el anhelo de justicia. El segundo estrato lo definimos como “Derechos Humanos” y supone por una parte la laicización de las virtudes originales que pasan a ser decoro de los Príncipes (la misericordia por ejemplo deriva en caridad) y por otra parte la sacralización (“teologización”) de valores esenciales como la dignidad humana y la libertad individual. El tercer estrato que definimos como “Derechos Políticos” transforma en principios legales y obligatorios (Libertad, Igualdad y Fraternidad) los fundamentos sagrados y laicos de los anteriores estadios y consagra como anteriores a cualquier ley civil otros valores como la solidaridad o el humanismo. El cuarto estadio que definimos como “Valores Diluidos” explica la universalización cuantitativa (alcanza a animales, plantas y otros) más que territorial del alma de Occidente y el uso comercial y político a la carta, según gustos casi individuales, de todos ellos. Es así como un viejo principio moral como la misericordia acumula en los siglos, sin renunciar a ninguno de sus sentidos, elementos como la caridad, la fraternidad, la solidaridad hasta el buenismo y, al final, los movimientos de defensa de los animales o las cadenas de venta de productos indigenistas.
Todo eso es Occidente visto desde el comportamiento identitario que la Comunicación Social ha ido estableciendo a lo largo de los siglos.
SECONDA PARTE
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• VIRTUDES HEROICAS. El primero de esos estadios está relacionado con la evolución de las sociedades iniciales, define los principios morales necesarios para la supervivencia de las mismas, establece un marco de ley natural previo a las leyes y a la política, ha quedado recogido en los libros sagrados y en la religión.
El primer de las sociedades, desde el punto de vista de la Comunicación Social, es el Mito y la Religión.. El Mito nace para dar respuesta a los esenciales problemas primigenios del tipo del nacer y de la muerte, del sentido de la vida y de la enfermedad, de los miedos y del futuro. No es un sistema que explique ni geografía ni física sino que es un sistema que propone formas de vida y referentes a imitar tanto individual como colectivamente, es guía del comportamiento. Es válido en la medida que es útil. De esa forma se organiza la intelección de los saberes tal como quedaron plasmados en los grandes libros de los orígenes, en las narraciones mitológicas y, sobre todo, en las religiones
Mito y Religión son el primer gran sistema de Comunicación Social. Ofrecen a los individuos y a las sociedades una identidad, una explicación a sus más profundas preocupaciones y preguntas: por qué sufrir, por qué es “honorable y digno morir por la patria”, por qué soportar y, sobre todo, por qué la muerte. El Mito fue y se definió como una forma de conocimiento, de acceso a la información necesaria para resolver los problemas fundamentales de la vida. Y la religión fue la plasmación y organización del mito. Las “comunidades de fe”, al enfatizar la igualdad moral de todos sus miembros (“quizás tu seas rico y yo sea pobre pero de alguna manera no eres mejor que yo porque todos somos iguales ante los ojos de Dios”), fundamentan y fomentan el espíritu altruista y de cooperación, dentro de una comunidad de creyentes. Las religiones produjeron “ ventajas evolutivas y (en esa forma) la selección natural ha favorecido con toda probabilidad a grupos con creencias religiosas más firmes”,. El salto del mito a la religión es un proceso lógico: en alguna manera la religión organiza la mitología y es en ese sentido la religión es el primer gran sistema organizado de Comunicación Social .
Los principios recogidos por las Bienaventuranzas vienen en línea directa del Viejo Testamento pero definen también la tradición platónica y el clasicismo. Seneca propone una humanidad armonizada por un natural vínculo de hermandad que responden al ritmo de la armonía del universo, a leyes “divinas” de la naturaleza, al anhelo del espíritu que vuelve la esencia humana semejante a la divinidad. Pericles en su conocido “Discurso a los Atenienses” del año 461 a.C., proclamaba cómo actuaban los atenienses: “se nos ha enseñado a respetar aquellas leyes no escritas que residen en el universal sentimiento de lo que es justo y de lo que tiene sentido”; “cada Ateniense crece desarrollando una feliz versatilidad, la confianza en sí mismo, la rapidez para afrontar cualquier situación y así y por esto nuestra ciudad está abierta al mundo y nunca expulsamos a un extranjero”. La mejor síntesis de esta línea de pensamiento clásico la encontramos en el libro XXII de La Ciudad de Dios. En el se analiza la identidad del hombre, que se sitúa fuera de nuestro ámbito físico, en un “cielo nuevo y una tierra nueva”, en una ciudad “peregrina en la tierra”. Piensa con Cicerón y los platónicos que la salvación del mundo viene dada por algo que está antes de las leyes del mundo, por la fe en Cristo, que, habiendo superado la muerte, muestra y manifiesta como el hombre puede superarla siguiendo sus pasos, imitándole. Utilizando citas de Cicerón y de la Sagrada Escritura intenta desarrollar cuál es la verdadera naturaleza humana que se sitúa al final y fuera de nuestro recorrido.
Así es como, en las fronteras de los imperios teocráticos (los judíos frente a los egipcios y los griegos frente a los persas), nacen los cimientos del mundo occidental y tienen que ver con los valores recogidos, entre otros paquetes de información, por las bienaventuranzas. Esos iniciales valores y referencias se establecen en torno a dos realidades y conceptos. El primero es aquellos que personifican tales valores: el “Héroe” para los griegos, el Sabio y Justo para los judíos. Todos ellos responden a un perfil que está presente en Pericles, Séneca o Cicerón y en modo muy claro en el Libro de la Sabiduría. En realidad Jesucristo simplifica y expresa en modo más radical lo que estos capítulos de la Sabiduría recogen: 1) la justicia es, como Dios, inmortal y por eso deben amar la Justicia los que gobiernan la tierra; 2) los misericordiosos, los que cuidan del pobre, respetan a las viudas, a los ancianos y a los niños, alcanzarán la benevolencia de Dios; 3) los que sufren persecución por ser justos se verán beneficiados porque han sido probados y encontrados dignos de ser hijos de Dios; 4) que no se sientan malditas las estériles ni los eunucos porque el ejercicio de la virtud y del conocimiento tendrán la inmortalidad en su recuerdo y serán reconocidos por Dios; 5) de nada sirve el orgullo, ni la riqueza, ni la arrogancia, porque pasan como la sombra o la fugaz noticia y no queda nada de su paso mientras los justos permanecerán para siempre; 6) “escuchar, reyes, y entender; aprender todos los gobernantes de las regiones de la tierra; abrid vuestros oídos los que guiais a las multitudes y os sentís orgullosos de las masas que os siguen: el dominio y el poder os han sido dados por Dios….para que gobernéis rectamente….y eso es la Sabiduría” (6,1-11); 7). Y en boca de Salomón: “un rey sabio es la prosperidad del pueblo”(6,24); “recé y me fue dada la inteligencia…y el espíritu de la sabiduría…la prefería a los tronos…y a la riqueza…a la salud y a la belleza…la prefería incluso a la luz porque el esplendor que (la Sabiduría) proclama, no tramonta” (7, 7-12). Quienes gobiernan, quienes dirigen a los pueblos están obligados a responder a una moral que es aristocrática, por ejemplar e intachable, porque es de ahí de donde nace su autoridad y se fundamenta su poder. No son “reyes” por descender de un Dios como en Egipto sino porque son ejemplares, modélicos, sabios, justos y héroes.
La otra realidad y concepto de interés para nosotros es el de los Profetas y la Profecía. Del judaísmo heredamos el concepto de Profecía, una función esencial en nuestra civilización que establece una distinción clara entre la “Potestas” o decisión aceptada y tenida a priori por justa y la “Auctoritas” o poder impuesto de la ley. En el Antiguo Testamento la Profecía representó el enfrentamiento y la oposición desde personajes ajenos al sistema que saben leer el signo de los tiempos frente al poder político y sacerdotal dominante. Representan la voz de Dios para condenar la injusticia y presentar el camino de redención, la salvación y la paz. Los ancianos que guían el pueblo con Moisés reciben un poder carismático de Dios que les da poder de profecía por encima de la ley. Esta idea de pacto directo de Dios con el pueblo, con los profetas de intermediarios, es necesario para oponerse a la injusticia y a la burocracia sacerdotal y es una idea fundante de la democracia occidental, del pueblo como fuente del poder.
Se trata de una importante novedad frente a la teocracia de Egipto y de los reinos orientales que identificaban divinidad y poder. La Justicia se separa del poder sagrado y se sitúa en una esfera trascendente, de Pacto previo. Yavé es garantía directa de la Justicia social y política. Se separa soberanía política y sacralidad (religión) haciendo posible la resistencia frente al abuso del poder y la existencia de un territorio de justicia separada del poder. Es la separación del concepto de pecado (culpa en relación con Dios y con el juramento de fidelidad hecho personalmente con El) del concepto de delito, reato o violación de la ley positiva impuesta por el poder.
El primer estadio o estrato de Occidente, desde esta perspectiva de la Comunicación Social, establece por tanto un fundamento por encima de cualquier interpretación, unos cimientos inmutables que en alguna manera están presentes en la memoria genética de todos los occidentales y en colectivo a inteligencia grupal heredado de nuestros antepasados. “..La libertad de expresión nace como la profecía al interno de un grupo social en el que el gobierno político-sacerdotal tiene el monopolio del poder, cuando la palabra pronunciada por un Dios sin nombre no se identifica con la mayoría dominante ni con la ley positiva de los gobernantes sino que se exprime mediante nombres del grupo que no residen en los palacios ni en los templos”. No responde a la dictadura de la mayoría ni tampoco a programas de marketing. Es la voz que nace donde quiere, es lo antideductivo, lo profético. Occidente existe en una ética natural transfigurada en una moral cristiana, religiosa y transcendente. Existe sobre los principios de igualdad, de amor de los unos por los otros, de espíritu de superación, de respeto a los mejores, etc.
La bienaventuranzas son como un manual de Comunicación Social. Recogen las “VIRTUDES HEROICAS”. Los pueblos conocían la existencia de un ideal que estaba fuera del alcance de la mayoría, que era “heroico”, y aprendían a mirar por encima de lo pequeño, a pensar en grande, a actuar con perspectivas eternas. Las gentes aprendían desde niños que ofrecer ayuda y cuidados (amor) a los demás era un principio de supervivencia colectiva, era realizar su propia existencia y era su obligación.
En este primer estadio original las bienaventuranzas como “meme” o paquete de información y comportamiento significan:
• Un sistema de convivencia. El entramado social que permite la vida de un clan, tribu o pueblo forjado en la “comunión”. Es cuestión de supervivencia del grupo y por eso los principios son normas de obligado cumplimiento.
• El “amar” a los demás de la tribu, al próximo, es el factor que resume todos los demás preceptos. El amor es aquí la fuerza de la vida, de la evolución y su carencia suponen involución: amar significa no matar, no robar, no blasfemar (la blasfemia es un horrible pecado contra la identidad misma del grupo que se identifica como un pueblo, una tierra, un dios).
• La misericordia es manifestación necesaria de ese amor y es condición esencial entre quien guía una sociedad, entre los sabios y justos y significa cuidar de los huérfanos, de las viudas, de los enfermos, educar a los jóvenes, respetar a los ancianos, dar de comer al hambriento, atender a quien lo necesita. Porque todo ello es supervivencia de la tribu.
• Estos modos de comunión se organizan en la religión y el mito. Por eso las tribus con religión sobrevivieron más que aquellas que carecían de ella, porque fueron capaces de crear y entender y explicar las razones de la existencia del propio grupo, su sentido, su identidad. Crean un relato que justifica la tribu y el poder y la función de grupos de población aparentemente no prioritaria como los sacerdotes o los guerreros.
• Este relato es resultado de una tradición, de miles de años de experiencia en todos los ámbitos de la convivencia, desde el comer y el vestir a la guerra, desde la higiene y la distribución de deberes a la caza, desde el cultivo (la cultura) de la tierra a las herramientas. La sabiduría y la justicia vienen por eso avaladas por el pasado, un pasado anterior a las leyes, a los jueces y a los sacerdotes. Un pasado que recoge un pacto directo de la tribu con dios y que los Profetas tienen el poder y la capacidad de recordar y de hacerlo saber permanentemente a los poderes fácticos.
• Todo se regula, explica y debe atenderse conforme a esa tradición que es la moral (“costumbres de los antepasados”) y la religiosidad y el culto, las relaciones sociales, la libertad, la dignidad personal, la propiedad….etc.
• Este sistema se transmite en “memes” memorizados antes que recogidos que en los libros sagrados. Es un sistema informativo. Ordena, controla y organiza los comportamientos del individuo y de los grupos. Es un sistema de comunicación social.
• Además, al establecerse sobre “virtudes heroicas” como la fe, la esperanza o el amor y sobre pautas de excelencia como la prudencia, la justicia, la fortaleza o la templanza, al separar con claridad el bien y el modelo de sabio y justo del mal o modelo de impío y negación, posiciona al grupo y al individuo como aspirante a la perfección, a la excelencia, a la aristocracia o búsqueda del bien.
• DERECHOS HUMANOS. . El segundo estrato o estadio en el establecimiento de lo Occidental desde la perspectiva de la Comunicación Social que nos ocupa adquiere protagonismo en el Renacimiento. Introduce como valores primigenios y preferentes , sagrados (teologiza) la Dignidad y la Libertad del Hombre
Con el Renacimiento, y a lo largo de los siglos posteriores de la Edad Moderna tiene lugar el afianzamiento de un segundo gran estrato en la evolución de la Comunicación Social en Occidente. Sintetizando, podemos resumir en tres las grandes aportaciones de este segundo estrato del “alma” occidental. El primero tiene que ver con la concepción y el papel del hombre en el mundo, el segundo con la aparición de un modelo de referencia social que es el Príncipe y el tercero con el nacimiento del concepto de Utopía.
Desde la perspectiva de la Comunicación Social, el Renacimiento en su conjunto tuvo que resolver un básico problema social derivado de la pérdida de confianza en las instituciones que soportaron los siglos pasados y de la falta de credibilidad de la Iglesia Católica de su tiempo y en el sistema por ella establecido. Los grandes titanes del Renacimiento se vieron obligados a buscar certezas y referencias nuevas y sobre todo un nuevo orden social y político.
Lo encontraron por encima de todo en el propio concepto y papel del hombre individuo con sus personales obligaciones y derechos derivados de su condición de “hijo de Dios”. Hasta el punto que consagraron la dignidad humana, teologizaron y dieron valor por encima de las leyes al hecho mismo de ser humano, establecieron no tardando los derechos humanos como esenciales a la propia condición. La presentación que Pico della Mirandola hace del hombre define todo el Renacimiento.
Elemento determinante de este “nuevo” hombre renacentista es la libertad (el libre albedrío) y de ella todo deriva. La libertad, presente ya como concepto y ejercicio tanto en el clasicismo griego como en el cristianismo, adquiere aquí una función igualmente fundante, es igualmente teologizada, elevada a categoría de premisa, inseparable de la dignidad del hombre y apriorismo a cualquier sistema establecido. El libre albedrío es la capacidad que el individuo tiene de construirse a sí mismo y la conciencia de que todo depende de su inteligencia, su capacidad de acción, su voluntad. Estas dos concepciones, el de la dignidad del hombre por sí mismo y el de la libertad son esenciales y preciosas incorporaciones que el Renacimiento dió a Occidente .
Bajo esa enorme transformación, tuvo lugar todo el mundo moderno y las monarquías modernas. Como soporte de esos poderosos reinos nacen en toda Europa sistemas complejos de comunicación social que en su evolución directa han llegado hasta finales del siglo XX. Estos Sistemas son producto de la necesidad que los soberanos tienen de control social adecuado a la nueva época y se definen por objetivos derivados de las premisas a que nos venimos refiriendo. Todos ellos establecen estragegias de Comunicación Social con dos fases: defensiva una, ofensiva la otra. En su fase defensiva crean leyes y normas de control de la información, de seguiiento y persecución si fuese necesario de los movimientos ideológicos y religiosos, crean policias “políticas” y tribunales (la Inquisición era común a todos los reinos y religiones), establecen impuestos sobre el papel, sobre la tinta, sobre correos…etc. En su fase ofensiva aprovechan de las tecnologias nuevas, la Imprenta, la distribución por correo sometida al timbre, las redes de información y espionaje abundantes, el periodismo y la propaganda. El Periodismo nace con los Avisos (“Nouvelles”, “Courant”, “Zeitungeng”) que a partir del siglo XV están regularizados como publicaciones ocasionales pero con un formato y estructura regular; la llegada desde estos Avisos a los actuales diarios es solo cuestión de tiempo y periodicidad. La Propaganda, potenciada por las guerras de religión, queda definida como formato en el Concilio de Trento, el primer organismo oficial de propaganda es un dicasterio vaticano, el “De Propanda Fide” y desde entonces todas las monarquías la han utilizado en su estructura basica ligada a la educación, los periódicos, la publicidad, etc. Hasta nuestros días.
Y así, mientras Galileo buscaba la formulación de las leyes físicas del Universo, Maquiavelo trató y buscó las leyes naturales del Poder Político y reflejó en torno a un modelo humano (el Príncipe) el nuevo referente de credibilidad, estabilidad y organización de ese poder. El Príncipe es propuesto por Maquiavelo como un mito universal, como un nuevo héroe clásico adaptado a una época de versátiles comerciantes y prepotentes conquistadores. Como referente mítico, sin embargo, El Príncipe no asienta su capacidad referencial en el pasado sino en el futuro, no se sitúa por encima del quehacer ordinario ni contra él como los profetas sino es un ejecutor, un gestor de la realidad que debe someterse a fines. Tiene el deber de orientar su comportamiento a un conjunto de valores y virtudes que personifican y hacen posible esos objetivos. Como referente es moral y cuenta por ello con valores nuevos. La astucia, ¿no era una cualidad clásica, cantada por Homero como propia de los dioses?. La estrategia, el cálculo racional, el riesgo, la valentía, el honor y respeto a la palabra dada y a la promesa, la aplicación estricta de la ley, etc., son todas características que definen e inmortalizan a los héroes del clasicismo. El Príncipe es por tanto una síntesis de Ulises y Aquiles, de Héctor y Eneas, de Alejandro Magno y Julio César, de Augusto y Adriano…. Con el personal compromiso de ser el mejor y de cuidar y consolidar su poder y su reino en pro y bien de sí mismo y de sus súbditos.
Este Príncipe, con los Renacentistas, navega con objetivos terrenales, a la vista. Los “nuevos” principios morales por los que se rigen, la libertad ante todo, el honor, la independencia, la responsabilidad por el bienestar de sus súbditos, el bien común, la astucia, el cálculo racional, el arte de la guerra, etc., son todos valores que se alcanzan en este mundo. La plasmación de esos valores en una concreto lugar visible y al alcance, en una posible ciudad de la felicidad la llamaron los coetáneos con Tomás Moro UTOPÍA. La utopía es la visión de una modernidad al alcance, de un futuro posible, sin lugar y sin tiempo. La Utopía es la racionalización de la Profecía. El Paraíso Perdido del pasado se transforma en una atemporal presencia en el futuro al alcance de la acción del hombre. La Utopía es el Dorado de los conquistadores, la Ciudad del Sol de Campanella, la Paz franciscana, la Reforma del orbe católico soñada por protestantes y católicos, las Misiones jesuíticas, las sociedades secretas, las sectas religiosas, etc.. Un mundo perfecto al alcance.
La Utopía da lugar a la secularización de la moral, a reglas del comportamiento que descienden de estrategias por objetivos decididas por un poder central político o religioso en diferentes combinaciones. Ese poder opera a la búsqueda de una realización, de la ciudad “Utopía” que es posible alcanzar en esta vida, aunque sea después de ímprobos esfuerzos a través de impenetrables selvas llenas de desconocidos peligros. Es por eso la Utopía la secularización de la Profecía, como una perfección alcanzable con el esfuerzo humano y con herramientas heredadas del clasicismo redescubierto. Esa secularización de los principios de la moral, el sometimiento intervencionista a un poder decisor y a una estrategia racional por objetivos, es la base de los Códigos civiles pero también de los Catecismos, de los Estatutos, de la Reglas Comerciales y Contables, del concepto mismo de “Oficial” y burocrático. Es esa misma secularización la que provoca la expulsión y exterminio de los movimientos utópicos puros: Moro fue ejecutado en 1535, Europa vive cien años de guerras de religión con el establecimiento de la Inquisición en todos los territorios y la huida a América de las sectas más radicales….. La misma secularización siempre provoca la expulsión total también de la Profecía del interno de las Iglesias confesionales que se transforman en estructuras-estado. O, en sentido contrario, sectas reformistas llevan la utopía religiosa a un estadio más radical, a una nueva utopía pública y privada con la abolición de la propiedad, la comunión de los bienes. La idea de que se pueda establecer en la tierra el “Reino de Dios” en una comunidad de elegidos da lugar a muchos movimientos y sectas y fundamenta movimientos sociales en los siglos venideros.
La Reforma y Contrarreforma establecen las fronteras de esa Utopía. Con el general intervencionismo de la estrategia por objetivos, hacen de la moralización una modelización. No se trata de un salto desde lo teológico a lo civil o secular sino de una continuidad, una metamorfosis que mantiene lo religioso en lo profano: nacen religiones estatales, formas de estado con “religión”, se imponen modelos político-económicos de organización social con una estructura básica de cariz religiosa, en modo que sectas, movimientos, grupos revolucionarios…todos establecen unas organizaciones “copiadas” de lo eclesiástico, se llenan de enciclopedias, credos y catecismos y se dedican a promocionar dioses alternativos (la “diosa razón” o el “dios estado”).
El resultado de ese largo proceso de más de tres siglos es la consolidación de un sistema político y social basado en una simbiótica relación entre los dos complementarios estratos de valores occidentales a los que ya nos hemos referido. El luteranismo es probablemente (y tal vez los jesuitas) quien mejor soluciona esa ambivalencia. Distingue entre justicia humana y justicia divina, sometidas ambas al principio de : “buscad primero el reino de Dios y su justicia, el resto os será dado por añadidura”. La cultura de la razón debe servir a la cultura del corazón. Distingue entre obras y creencias, entre merecimiento y misericordia, entre ley y evangelio, entre la relación directa con Dios a través del perdón que los creyentes reciben de su creencia en Dios y la justicia de los humanos, preferentemente pensada para los demás, para los otros
Los luteranos consideraban las Bienaventuranzas como la parte más peligrosa y provocativa de la Biblia. Consideran –sobre todo los luteranos tardíos- que se trata de una exagerada interpretación de la ética de difícil aplicación práctica. Teólogos más actuales como Karl Barh y Rudolf Bultmann, basados en San Agustín, Tomás de Aquino y Lutero, opinan que lo que las Bienaventuranzas proponen es una ética de responsabilidades, una ética de acción más que de palabra e interpretaciones. Definen una clara diferencia entre el rigorismo del cumplimiento de la Torá y de la Ley y la compatibilidad entre el amor humano y la misericordia. Se trata de una doble línea de entendimiento de los “memes” sagrados del cristianismo aceptada en el Renacimiento y en modo magistral recogida en uno de los discursos del Quijote .
Las bienaventuranzas son por tanto para los Renacentistas un espacio complementario de referencia y posición. Es obligación del Principe la conquista de la Utopía. La Utopía se sitúa en el futuro, es un fin al alcance, es el Reino de Dios convertible en Reino Humano. En ese logro trabajan con nuevos valores y nuevos tiempos. Los antiguos valores sagrados pasan a un función de complementarios. La fuerza básica de ese proceso está en la capacidad invidual de cada uno, como hijo de Dios, dotado de libertad (libre albedrio) que exige acción, movimiento, guerras, conquista, colonización, imposición. La libertad es el dominante de los nuevos valores. La justicia consiste, como D.Quijote recuerda, en la decisión justificada y equilibrada del poder sobre los súbditos, sin importar su cualificación ni su riquezas, tratando igual al rico que al pobre. La Misericordia es un añadido, positivo y recomendable para el príncipe porque hará benévola su justicia, pero es un valor complementario. El “amor” a los demás es otro valor complementario que tiene que ver con la estética individual y colectiva, con la imagen social de personas e instituciones. La paz no tiene ya que ver con factores de supervivencia de la tribu porque para eso se han creado cuerpos militares sino con las apariencias, la limpieza, la higiene social, con el respeto a lo instituido, camino único para llegar al buen fin deseado. Buena parte de esos nuevos valores se resumen en la palabra CARIDAD, el ejercicio benevolente que permite resolver donde no llega lo público, establecer y dar a la luz la misericordia, hacer visible una cierta higiene social, dar sentido humanista a situaciones difíciles.
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Domani la TERZA PARTE
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Foto
- nel riquadro in testa Il discorso della montagna, Beato Angelico, Convento San Marco, Firenze
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